Julia Abad 1º B
Un día, unos niños propusieron
a unos amigos suyos una prueba de valor, y la aceptaron. Esta prueba consistía
en pasar una noche entera en el instituto capellanía. ¿Lo conocéis, verdad?
Está muy cerca de este
colegio. Pues bien, tendrían que estar toda la noche andando por sus pasillos y
por las clases. Si salían del recinto perderían la prueba.
Llegó la noche del desafío, y
los niños se reunieron en la puerta del instituto. Los niños que debían pasar
la prueba eran tres: dos niños y una niña: Rubén, Pablo y Marta. Los niños que
pusieron la prueba eran dos.
Cuando estuvieron todos allí
reunidos, acordaron no salir del edificio, les dejaron solos y se fueron.
Marta, Rubén y Pablo entraron
al instituto y todo parecía normal. Las luces estaban apagadas, no veían apenas
sus siluetas. No tenían mucho miedo, todo estaba en su sitio, no había nada
extraño...
Los otros dos niños habían
planeado gastarles una broma y asustarles haciéndose pasar por fantasmas. Los
tres valientes seguían caminando en la oscuridad, cuando de repente una lámpara
se encendió por unos segundos.
Marta, Rubén y Pablo miraban a
su alrededor, intentando tranquilizarse. La luz parpadeó, y después se fue por completo.
A continuación, un maceta se rompió como si un espíritu la hubiera golpeado.
Los tres niños echaron a
correr para esconderse en una clase. El número de la clase era la 154. Los niños cerraron con fuerza
la puerta, y se quedaron totalmente encerrados. Empezaron a gritar, a llorar...
-¡Si esto es una broma no
tiene gracia!
-¡Sacadnos de aquí!
-¡Ya basta! ¡Nos estáis
asustando!
Los pobres niños no recibían
señales de nadie...
Mientras tanto, los dos niños
estaban escuchando todo desde el pasillo.
De repente, un silencio
sepulcral reinó en el edificio.
Los niños del pasillo se
miraron mutuamente alertados.
Acercaron el oído a la puerta.
No oyeron nada. Ni pataleos, ni llantos, ni murmullos. Ni siquiera su
respiración.
-Venga, chicos... Salid ya... Va,
que abrimos la puerta.
-¿Chicos?
En ese momento solo oían sus
corazones palpitando. Estaban aterrados.
De repente, un cuadro cayó de
la pared y el cristal se rompió en mil pedazos. Los dos niños pudieron ver tres
cifras bien diferenciadas en el cuadro roto: 1, 5, 4.
Los niños huyeron del
instituto llorando y sin sus amigos.
A la mañana siguiente, cuando los profesores se enteraron de lo ocurrido, fueron a ese aula. Abrieron la puerta... Y...
A la mañana siguiente, cuando los profesores se enteraron de lo ocurrido, fueron a ese aula. Abrieron la puerta... Y...
No había nada, ni nadie.
Al rato, el enterrador del cementerio,
encontró a los tres niños, sentados tiritando encima de una tumba, con las
caras pálidas como el papel.
Si vais al instituto
Capellanía, y preguntáis a los alumnos de 4ºC, podréis ver a Marta, Rubén y
Pablo, pero nunca sabremos cómo llegaron al cementerio, porque tras ellos,
perdieron el habla y nunca contaron el secreto del aula 154.